martes, 3 de diciembre de 2013

Despedida en una escuela campesina (discurso)


Autor: Roberto Zoco

Edición y Presentación: Luis Fernando Arredondo Gómez


Don Zoco (derecha) en su grado de bachiller (1973)

 

Presentación

     El siguiente texto fue escrito por don Zoco en 1973, hace exactamente 40 años, cuando obtuvo su titulo de bachiller. Luego de la digitalización de su contenido, a partir de una fotocopia del original, entiendo que don Roberto, en sus mejores momentos, escribe sin corregir sus textos, obedeciendo al impulso que proviene de su necesidad de expresión.

     Pienso que de esta clase de génesis surgen muchas buenas obras, pues son las que no buscan inspiración husmeando periódicos, mirando noticieros y siguiendo agendas, sino que son algo así como erupciones de lava, como volcanes que se activan cuando la masa del sentimiento ardiente, cocido en un subterráneo vientre, produce estos frutos viscerales. Son como la digestión de nuestros animales domesticados: que de hierba, de lombriz y de desechos, también de sol, lluvia y aire puro, producen huevos, leche, tocino... pero también estiércol, como es apenas natural.

     En este caso el producto, el discurso que sigue, es alimenticio para el entendimiento: contiene sabiduría, autenticidad, interesantes reflexiones y muchas verdades con plena vigencia. Le recomendamos su lectura  a todos los jóvenes de Granada.

     Salvo cierto desprendimiento insistente por el estudio, cierto deseo de abandonar la formación académica y de mirar como poco los frutos y los galardones que ella brinda,  lo cual es equivocado e inaceptable en la actualidad, el valor del texto radica en rememorar y revivir la despedida que la mayoría de los granadinos dan a su pueblo, cuando terminan sus estudios en el colegio o una vez llegan a la adolecencia. El destino -el futuro- para ellos es ese barco que zarpa y que los lleva a tantos lugares del país y del mundo, como en una diáspora infinita que separa físicamente a las familias, pero las une en recuerdos, vivencias, historia y origen.


     Es muy positivo el valor supremo que le dio Roberto a la ética en su discurso, antes que como una disciplina, como una actitud permanente que debe determinar la conducta. También su alusión a que no podemos permanecer indiferentes, como islas, ante los problemas que asolan al mundo y a la humanidad. Sin embargo, en lo que respecta a la inmutabilidad del carácter, ese aferramiento equivocado a convicciones o creencias cuya injusticia o inutilidad culmina demostrada por el tiempo, su postura es la propia de una formación religiosa. Es pretender que la vida y nosotros mismos permanezcamos invariables, como si fueramos libros viejos.

    
Plaza de Granada (1961 aprox.) [Fotos casa de la cultura.]
 

      Ha cambiado mucho la realidad social en la que escribió don Roberto su discurso, según colegimos de nuestra conversación con él, porque parece que en los años '70 los muchachos le "robaban" horas a sus responsabilidades en el campo para poder estudiar, mientras la mayoría de los niños hoy estudian para huirle al ocio y a la vida campesina.
 
 
     Subestimada es la cultura rural, también ridiculizada y mal remunerada desde todos los estamentos políticos y sociales. Aún por los pequeños "empresarios", comerciantes, "caciques clientelistas" y clase dirigente local. Muchas veces los peores enemigos del campesinado están apoltronados -fosilizados, hechos paisaje-  en oficinas públicas y colegios que, teóricamente, existen para defenderlos o rescatarlos de los atropellos y las torpezas propios y extraños.
 
 
     En mi labor editorial fue preciso modificar pequeños tramos del texto, con el fin de facilitar su lectura. Sin embargo, traté siempre de mantener el espíritu y el sentido del discurso en esas pocas modificaciones.
 

Título original: Discurso de Grado (1973)

Autor: José Roberto Giraldo Salazar

Editor: Luis Fernando Arredondo Gómez

 
Granada, años '70.
                             
                                   
      "No todos podemos servir a la patria del mismo modo,
sino que cada cual hace lo mejor
que puede según las facultades que Dios le ha dado"
 ( Johann Wolfgang von Goethe)



     Ya tenemos en nuestras manos el tan ansiado trozo de papel con nuestro nombre y el título de bachiller. No penseís que es un simple cartón inanimado, sino el símbolo de nuestro esfuerzo, del de nuestros padres que rompiendo las entrañas de la tierra nos sustentaron, mientras los profesores como buenos ingenieros, trataron de nutrirnos la mente con conocimientos y edificar nuevos hombres para la Patria; esfuerzos de nuestros mismos compañeros, quienes nos dieron la mano amiga en los pasos difíciles; sobre todo cuando nos tocó encontrarnos en el largo camino con el negro túnel de la melancolía y de la desesperanza.

 
     Hoy cuando coronamos esta etapa, nos parece toda una proeza. Con el correr de los años veremos que es únicamente un escalón en nuestra vida, pero desde el cual nos preparamos para dar otro paso trascendental: el paso a la vida adulta. Tenemos ante nuestros ojos la hoja en blanco de nuestro porvenir. Las puertas de la "Universidad de la Vida" están abiertas de par en par para recibirnos, para que en sus aulas aprendamos a conocer y a emplear bien el maravilloso don de la existencia. Es un aprendizaje que nunca termina; no hay más textos que los acontecimientos y la experiencia; ni más exámenes que las dificultades; tampoco hay profesores licenciados, sino toda la gente que nos rodea. Por lo tanto supone un esfuerzo personal y constante para saber extraer de las personas, la sabiduría que tienen escondida.


     Son muy variadas las materias que componen esta carrera, a la cual todos los hombres tenemos el derecho de ingresar, con las cuales debemos ir ganando habilidades, experiencias y conocimientos que sumados, harán de nosotros unos hombres íntegros. Son materias abstractas, son virtudes que nosotros debemos encarnar: la honradez, la nobleza, el valor, la generosidad, el espíritu de trabajo, la rectitud, la amabilidad, la sencillez... Muchas de estas virtudes, aunque sea sus fundamentos, las hemos recibido por herencia o por educación, y nosotros con ellas hemos dado los primeros pasos. A partir de ahora es cuando nos toca practicarlas a fondo hasta llegar a alcanzar el máximo título que otorga la vida: el de "hombre justo".
 

                              

                           
                                          


                   







Templo el Sagrario (Barrio Sevilla, Medellín)


     Desde la antigüedad estas palabras (hombre justo), eran el compendio de todas las virtudes humanas. Hoy tienen una nueva dimensión más profunda aún, porque somos conscientes del anhelo vivo de justicia en el mundo. Ojalá muchos de nosotros tengamos la fortuna de poder estudiar la profesión que ansiamos; pero, si no lo logramos por cualquier circunstancia, sepamos que lo más importante no es la rama del saber que aprendimos o el oficio que desempeñamos, sino el ético ejercicio de cualquier profesión u oficio. No es la ciencia que acumulemos, sino la forma cómo lo hagamos; es decir, los hombres en que, desde un punto de vista ético, nos constituyamos.


     Dentro de algunos años, el destino de nuestra Patria estará en manos de hombres de nuestra generación. Solamente hombres formados integralmente, podrán hacer una Colombia grande, pues no es la técnica, sino la justicia vivida por seres libres, conscientes, la que ha de lograr y mantener la paz. Dios quiera que nosotros seamos de aquéllos. Pensad compañeros bachilleres que nosotros nos vamos a enfrentar de una vez a las dificultades. El calvario nuestro empieza ahora. Ciertamente vivimos en una sociedad de consumo y son muchos los avivatos que tratarán de absorbernos.


      También hay armas poderosísimas como la televisión, que tratan de construir y destruir el mundo con base en imágenes. No nos dejemos bombardear por la propaganda. Tenemos que ser torres de castillos y no veletas con las que juega el tiempo. En la misma forma en que la gota horada la piedra, igualmente las ideas repetidas con insistencia pueden hacer hueco despiadado en un cerebro, más que todo en la materia gris de los jóvenes. Y la propaganda no tiene inconveniente en cambiar las normas de conducta de cualquiera. Tengamos la confianza de brillar en todos los acontecimientos. Luchemos como verdaderos titanes y no perdamos el tiempo, pues el tiempo perdido busca su venganza.



                      
                  
                         Templo El Sagrario (Barrio Sevilla, Medellín).



     Imposible pasar este acto sin hacer público mi agradecimiento a las beneméritas hermanas franciscanas, quienes durante muchos años han sido mi más valioso apoyo en los momentos de incertidumbre y en los últimos cuatro han sabido influir notablemente en mi vida de hombre errante, habiendo conseguido mejorar mi trayectoria. Cuántas veces me vi afectado de caprichos o de malentendidos -rebeldía- y, sin embargo, tuve que vencerme, convertirme y redimirme ante una sugerencia matizada de dulzura -de delicadeza- de todas y cada una de las hermanas que interpretando fielmente a San Francisco de Asís, no me han considerado como un alumno más, sino como a un hermano que ha solicitado comprensión.


     De la mujer se ha hablado bien, pero la mayoría de las veces mal. Como es de difícil su misión... La mujer siempre ha inspirado el amor. No sin razón se ha dicho: "Los hombres somos lo que quieren las mujeres".


     Los minutos se escapan, los minutos se esfuman, se pierden... Ya tenemos que dar el adiós a esta amable casa donde por tanto tiempo recibimos el alimento intelectual; ciertamente vemos que nuestros ojos se surcan de lágrimas, pero el deber nos llama a rendir en el campo de labranza; ya nos toca salir a sembrar las inquietudes que nos han dejado. Puede ser que nos toque un destino monótono y sencillo, pero tenemos que realizarlo. Muchas veces nos sentiremos desanimados porque nos parece desvalorizado nuestro trabajo, tal vez no lo veamos lucir. No nos olvidemos que es una parte que, aunque pequeña e insignificante, es indispensable en la grandiosa empresa de transformar el mundo.


      Partamos que el barco ya va a zarpar, pero tenemos que partir desde el puerto amurallado de la unión; unidos con ese calor humano que saben producir los desprendimientos, hemos de continuar sin rendirnos en las noches oscuras de la dificultad, aceptando las derrotas cuando nos lleguen y aprovechándolas como valiosos tesoros que multiplican la sabiduría. No ambicionemos cartones, diplomas y mucho menos medallas; estos nada significan. Lo único que tendremos que presentar al Divino Artista, al final de la jornada, serán las manos encallecidas, frente limpia,  llena de arrugas y también de cicatrices.

Atentamente, José Roberto Giraldo Salazar [Roberto Zoco] 

Granada (Antioquia), 30 de noviembre de 1973.